Sucede con bastante frecuencia que en ciertas cenas de amigos en las que poco hay para conversar y todavía queda mucho por comer, que se recurre al recurso salvador de disertar sobre alguna temática supuestamente interesantísima. Esa noche, luego de que la médica de la mesa concluyó su monólogo sobre, no sé, pongamos por caso  los avances en la robótica para cirugías laparoscópicas de vesícula, y el arquitecto hizo lo mismo con la estética minimalista en el diseño de loft londinense, alguien, viendo que el sueño y el aburrimiento estaban a punto de darme su golpe de knock out, y seguro de que iba a ser extremadamente breve en mi discurso (como en la anterior cena en la que me preguntaron sobre la relación entre la mala ortografía de los chicos y el uso de  los dispositivos móviles, o más breve aún que la cena donde me preguntaron sobre por qué los jóvenes de hoy en día no leen), en esta ocasión me preguntaron:

-Che, ¿qué opinás del lenguaje inclusivo?

Lo preguntaron cómo se pregunta algo obvio, retórico, casi divertido. Sin embargo, cuando respondí que el tema no me resulta ni siquiera interesante, todos manifestaron un gran alivio por mi respuesta políticamente correcta. Es por ello que me apuré en agregar:

El así llamado ‘lenguaje inclusivo’ seguramente no es otra cosa que una moda que como toda moda desaparecerá como tal. Y mientras tanto, nos hace hablar pavadas sobre ella.

Lo que no es una moda es la exclusión de las diversidades sexuales que no se adecuan a la hétero normatividad.

El silencio en la mesa fue tenso. La doctora miró el reloj. El abogado apuró el helado. Mi mujer me miró como suplicando ¡no! ¡por favor! ¡No lo hagas! ¡Hoy no! Sin embargo, envalentonado por un bonarda perfecto, continué:

¿Cómo es posible que un tema tan pueril alcance este lugar tan repetido en nuestras conversaciones cotidianas? ¿Cómo es posible que la Real Academia intente dictaminar sobre algo en lo que no tiene ninguna competencia? ¿Cómo es posible que el autoritario castigo a una docente mendocina, por el insignificante acto de saludar a sus alumnos con un todes, se haya constituido, (junto con el otro castigo: el del Ítem Aula) en la principal acción del gobierno educativo?

El helado se había terminado, mi mujer servía café, el silencio de los comensales no se debía al interés por el tema sino al arrepentimiento por haberlo planteado.
Sencillamente -continué- porque el sólo hecho de decir todes, visibiliza, sólo eso, la dolorosa exclusión que sufren las distintas identidades sexuales que existen entre nuestros chiques.

El arquitecto, revolviendo el café y hurgueteando unas masitas secas, me increpó:

-Pero la RAE ya dictaminó que…

-Che, si a vos te parece que el lenguaje que vos hablás es un bloque hermético, cerradito y manejado como verdad revelada por un cenáculo de académicos, te cuento que este coso con el que te comunicás es una especie de sobra proveniente del idioma que llevaron los antiguos conquistadores romanos por una buena parte de Europa y que se llamaba latín vulgar (que, a su vez, generaba espanto moral entre los intelectuales de la Roma clásica) y que se fue maravillosamente degenerando y se constituyó en muchas lenguas, entre otras en nuestro amado castellano. Cada pueblo, cada época, cada hablante hacen algo con él. Los que mencionan a la RAE para defenestrar al lenguaje inclusivo, para ser coherentes, deberían comunicarse en latín clásico.

-Bueno, no es para tanto –agregó la médica. ¡Sí! Es para tanto –le contesté-. Primero porque la exclusión no solo continúa entre nosotros sino que se continua reprimiendo a quienes la ponen en evidencia, como esa valiente docente de Junín. Y en segundo lugar porque en nombre de proteger a la docente, se la castigó con un patético traslado (como si ese traslado lavara sus ideas). Está claro que los funcionarios educativos se aferraron a este tema porque ante las acuciantes problemáticas de la educación sólo manifiestan incompetencia, y así, aunque sea con violencia, pareciera que hacen algo. La pregunta que me formulo es: ¿y quién protege a esos pibes y pibas de tener padres tan reaccionarios e ignorantes?

-Lo que yo quiero decir es… -atinó cualquiera de los comensales.

-El lenguaje inclusivo en sí mismo, carece de toda importancia. Acá lo único que resulta importante es la exclusión que sufren cientos de miles de seres humanos por su nacionalidad, su color, su peso, su religión, su estándar económico y también por su condición sexual.

Cuando mi mujer ofreció más café, todes respondieron al unísono  que no, gracias, que les provoca insomnio. Y que les gusta dormir tranquiles.

No estoy seguro de que lo logren.

•Por Prof. José Niemetz – Escritor. Premio Clarín de Novela 2018.