Cruzaron medio mundo huyendo de la guerra, los bombardeos y un futuro sin horizonte. Dejaron atrás una ciudad en ruinas. De Siria a Argentina, de Alepo a General Alvear.

Los cuatro integrantes de esta familia siria apenas llevan 10 días viviendo en tierras mendocinas, pero ya se los puede notar impregnados de la tranquilidad que irradia el suelo alvearense. Esa paz que sin dudas tanto anhelaban.

Los Abdolnour son Jorg (55), su esposa Lilvont (54) y sus dos hijos Musa (22) y Yussef (19). Hace un año que buscaban una salida de su país al ver que el conflicto bélico no cesaba. Del otro lado del mundo, en un país que ni siquiera conocían, Mauro Jaliff se anotaba como voluntario para ayudar a los refugiados. Lo movilizaba su historia, que habla de sus abuelos de origen sirio que también llegaron al departamento sureño escapando de otra guerra.

Así se generó el lazo que, burocracia de por medio, culminó en este encuentro que apela a la paz y a la hospitalidad. “Desde el primer momento nos gustó la idea de venir a Argentina. Sabíamos que era un lugar tranquilo donde íbamos a poder seguir nuestras vidas. Estamos muy contentos porque la gente nos recibió de diez, no nos falta nada”, dice Jorg mientras saborea un café recién servido.

Mudarse del lugar donde uno echó raíces no es fácil, pero a veces la realidad impone otras condiciones. “Nos fuimos de Alepo porque tenemos hijos jóvenes que tienen todo el futuro. Nuestra zona es sólo escombros. Allá falta todo, hay un gran desabastecimiento de alimentos. Vinimos con la ropa puesta, pero en estos casos uno no piensa en lo material, lo importante es que la familia esté a salvo”, afirma Jorg.

Ahora viven en una casa céntrica de Alvear, ya amoblada gracias a las donaciones de los ciudadanos que rápidamente se pusieron en contacto con Mauro y le hicieron llegar todo lo que necesitaban.

Los cuatro integrantes de la familia hoy se dedican a hacer comidas típicas que se venden en un kiosco céntrico de Alvear perteneciente a Nomi, quien oficia de traductor y es de origen sirio aunque vive hace mucho tiempo en tierras mendocinas.

“Hacemos todo tipos de comidas árabes. La especialidad es el keppe que algunos catalogan como la más deliciosa de todas las comidas”, cuenta Lilvont, cuyas manos son las responsables de estas delicias gastronómicas.

El trabajo para ellos es fundamental; desde ese lugar es que buscan integrarse para poder ir normalizando sus vidas. Además del idioma, que es otro aspecto clave y en el que los está ayudando la comunidad sirio-libanesa del departamento.

Los dos más jóvenes están entusiasmados con esta nueva vida. “Quiero seguir estudiando computación e inglés, y si hay posibilidad de trabajar también”, dice Yussef, quien ya se incorporó como alumno al Instituto Skills para seguir perfeccionándose. En tanto que Musa buscará seguir estudiando matemáticas en la sede de la UNCuyo que tiene la Escuela de Agricultura.

La charla se va terminando al ritmo del café, infusión de la cual se confiesan fanáticos. “Hemos tomado mate, pero estamos más acostumbrados al té o al café”, dice con una sonrisa Lilvont.

“Todavía estamos en proceso de adaptación, por el cambio de horario y de estación. Hay 6 horas de diferencia con Siria y allá estábamos en la primavera»”, aclara Jorg mientras muestra una aplicación de traductor de idiomas que se descargó en su celular y con la cual va entendiendo algo de nuestro idioma.